viernes, 24 de septiembre de 2010

Sobre la objetividad de la imagen en la época de la manipulación digital.




Un viejo adagio popular pregona que “una imagen vale más que mil palabras”, y probablemente sea cierto. Esta expresión tiene su origen en los ideogramas del Lejano Oriente, donde efectivamente, el lenguaje escrito está estructurado para transmitir visualmente, en un solo golpe de vista, un determinado concepto (en contraste con nuestra lectura‑escritura, que es lineal y secuencial).

Sin embargo, el dicho anterior, representativo de la “sabiduría cotidiana”, también se ha aplicado ingenuamente: en particular al hecho fotográfico, y en general a la presencia del fenómeno de la imagen. ¿Cuántas veces no hemos caído en la trampa de la pipa plasmada por Maggrite, que desde el lienzo nos advierte “Esto NO es una Pipa”?

Es decir: lo que está pintado es la representación iconográfica de un objeto, no el objeto en sí mismo ¿Cuántas veces hablamos, por convención, por comodidad, o por ingenuidad, sobre la “realidad” de la imagen impresa de un objeto, confundiéndola con el objeto mismo? Nótese que esta amonestación proviene de la pintura, no del ámbito de la fotografía.

De ahí ya sólo se necesita un pequeño brinco conceptual para identificar a la imagen impresa (o proyectada, en el caso del cine) con la objetividad, con la verosimilitud de los objetos. De ahí que ciertos reporteros gráficos, y varios lectores, empiecen a creer que las fotos que “ilustran” la noticia escrita, son más verosímiles que el texto que las “explica”; porque de lo escrito, siempre sospechamos de la—intencional o no—subjetividad e interpretación del autor.

¿Pero quién podría dudar de la objetividad del ojo de la cámara, que no recurre más que a la aplicación de un fenómeno lumínico-químico?

Después de ver las “maravillas visuales” de la película Forrest Gump, dirigida por R. Zemekis, uno comienza a caer en cuenta de la trampa cognoscitiva que la imagen fotográfica plantea. Si el actor Tom Hanks puede platicar con el otrora presidente Richard Nixon, o si el popular cantante mexicano Manuel Mijares puede hacer un dueto con el fallecido ídolo Pedro Infante, ¿cómo diantres se podrá ahora confiar en los registros visuales‑documentales como hechos inobjetables y libres de la contaminación autoral?

Si la foto de una actriz en edad madura puede ser maquillada digitalmente para disimular (o exagerar) el paso del tiempo, ¿dónde queda la supuesta credibilidad de la imagen impresa? Cuidado, éste es un síntoma de que los los signos andan sueltos, y se andan aparejando unos con otros, haciéndonos creer que somos los dueños de la situación.

¿Quién nos asegura que los arqueólogos del futuro no interpretarán de manera errónea las supuestas evidencias visuales que encontrarían en una lata de la película de “Forrest Gump”? ¿Quién nos asegura que la etiqueta de ficción no se despegará del carrete en algún momento, pasando a ser este filme, por accidente u omisión, un documental de época o una biografía fidedigna para las generaciones posteriores?

Tanto un buen fotógrafo como un camarógrafo de mediana experiencia, saben que la construcción de la imagen posee una serie de artificios que (implícita o explícitamente), le van dando forma al mensaje visual: desde el encuadre, que abstrae una parcela de la realidad para ser capturada; o el ángulo de la toma, que aumenta o disminuye el grado de importancia del retratado; así como el tipo la iluminación, etc., los cuales son pasos previos a la captura de la imagen. Y ahora podemos agregar a lo anterior la serie de efectos posteriores al revelado de la misma, mediante la manipulación digital.

Los artistas y artesanos de la imagen recibirán con albricias estas nuevas tecnologías, pues (aquellos que puedan pagar o piratearse estos programas informáticos) podrán tener un abanico más amplio en su paleta de expresión; pero, ¿quién nos dice que dichos avances tecnológicos se usarán siempre con fines éticos, moralmente aceptables? ¿Recuerdan la película “Wag the Dog”?

Orwell, en su distopia futurista “1984”, nos plantea un mundo que está “reescribiendo su pasado”, de una manera acorde a los intereses de los individuos que detentan el poder en ese momento.

Bueno, pues, bienvenidos a una era donde podemos grabarnos a nosotros mismos platicando con nuestro personaje favorito del cine (siempre y cuando encontremos el segmento apropiado para insertar nuestra presencia) y donde podemos colocar nuestros rostros besando la foto de nuestra(o) modelo favorita(o), o suplantar con nuestro rostro el cuerpo de aquella persona que siempre criticamos por ser “superficial”, pero que en el fondo siempre envidiamos por el perfecto cuerpo que tiene... Únicamente es cuestión de convencer a nuestra celebridad favorita para que se deje “capturar”, con la pose adecuada, en una foto con la super cámara digital que acabamos de adquirir.

Sólo esperemos que conservemos en algún lugar recóndito de la mente, el recuerdo o la conciencia de la falsedad de tales imágenes… porque si no, terminaremos por volvernos víctimas de nuestras propias mentiras, atribuyéndoles a esas engañosas imágenes un sentido de objetividad que nunca tuvieron.

jueves, 2 de septiembre de 2010



Algunos fueron Marcos… otros se volvieron Narcos, ¡pero casi todos somos Nacos! (o sea, ¿no?)


¿Y si (Groucho) Marx hubiera salido en un talk show…? Tradicionalmente se entiende que parte de las funciones sociales de los medios masivos de comunicación, en particular la televisión, es reproducir la ideología dominante; es decir, se mantiene el status quo mediante la difusión de aquellos mensajes que convienen a los dueños de los medios de producción y del capital.

Un caso particular representa la relación de la televisión con la figura del indígena, tanto en su aparición en los noticieros (el mundo real) como en su representación en las telenovelas (el mundo de la ficción).

“Simplemente…” Comencemos por la representación del indígena en las historias de ficción. En particular, nos referiremos a las telenovelas: generalmente se maneja una protagonista femenina, llena de virtudes; pero ingenua acerca de la maldad que impera en las grandes urbes).

Es decir, se plantea un mundo dual de valores donde a lo rural se la asocia el concepto de “buen salvaje en armonía con la naturaleza” y a lo citadino el concepto de lo “corrupto pero civilizado”. De la interacción entre estos dos mundos surge el conflicto que se desarrollará a lo largo de 180 capítulos de media hora.

Durante esas 90 horas de transmisión la protagonista femenina:

a) perderá la virginidad a manos de un citadino canalla, tendrá a su hijo,

b) se sobrepondrá a las vicisitudes para triunfar sobre el sistema, asimilándose a él y utilizando los recursos que éste le ofrece, pero

c) sin perder nunca la bondad esencial que la protagonista siempre mantuvo, a pesar de todo.

d) cuando ella regresa a su pueblo natal, ya es una señora de la gran ciudad, generalmente con buenos ingresos, y que viene a rescatar a sus parientes del atraso en que se encuentran.

Mensaje moral del sistema ideológico: Ser indígena y ser mujer es bueno, siempre y cuando no salga de su lugar de origen; en caso de que quiera salir de éste para integrarse a la vida de la ciudad, deberá modificar su conducta y adaptarse al sistema, que la recompensará en caso de que acepte renunciar a su identidad indígena.

“Ya no vengan para acá…” A la contraparte, la indígena masculina, no le va tan bien; para empezar, en su llegada a la ciudad, generalmente su ignorancia no es una virtud, es desventaja porque casi siempre es bienvenido por una banda de malhechores que lo despoja de sus pocas pertenencias.

De ahí comienza a caer en una espiral de vicio y corrupción, que irá despojándolo de su dignidad, pues como “buen salvaje” encontrará en el alcohol y el machismo la fuga a su desesperante situación, sin tener una oportunidad de encontrar un buen trabajo debido a que desconoce el lenguaje y los códigos sociales de los citadinos mestizos.

Si llega a sobrevivir a estas experiencias, nuestro personaje no tendrá otra que regresar a su lugar de origen, derrotado y con mayores problemas de los que originalmente tenía desde antes de abandonar su terruño.

Mensaje moral del sistema ideológico: Ser indígena y hombre es bueno, siempre y cuando no salga de su lugar de origen; en caso de que salga, su ignorancia será la maldición que provocará su caída del sistema, condenándolo a ser un marginado social o a terminar de narcotraficante; a menos que comience a superarse y renuncie a su condición de “atrasado”, a través del estudio y los cursos de capacitación.

¡O sea wey, esto es de Nacos! Sin embargo, en el manejo en los medios sobre la realidad del “el asunto indígena” se han cometido dos errores conceptuales:

El primero, se ha hecho del indio una abstracción ontológica que aglutina por igual a las 52 etnias reconocidas, sin reconocer las diferencias entre ellas.

El segundo error es colocar a “lo indígena” en una condición de otredad existencial, porque nuestros intelectuales orgánicos se sienten más cómodos al seguir manejando conceptualmente a los indígenas como “los otros”, que representan la esencia perdida por el mexicano mestizo, que está muy ocupado tratando de progresar en el (o de sobrevivir al) sistema neoliberal.

Al parecer, la solución más viable (para la ideología dominante) será colocar a nuestros amados indígenas en reservaciones similares a las naturales, para que ellos puedan seguir disfrutando de su condición de “buen salvaje”, y nosotros podamos ir a verlos a sus comunidades con el mismo ánimo de conocer las plantas exóticas que habitan en los invernaderos.

Si al menos les proporcionáramos en dichas reservaciones un modo digno de vida, agua potable, electricidad y muchos televisores LCD para que pudieran ver la telenovela...

¿Basta de simulaciones? El sociólogo Jean Baudrillard encontraría en las situaciones descritas anteriormente, elementos más que suficientes para desternillarse de risa, y luego se pondría a escribir un nuevo libro sobre nuestro sistema lleno de “Simulaciones Mediáticas”: Hacemos como que lo indígena puede ser preservado como tal, cual pieza museológica viviente.

El problema de la representación mediática, es el uso y abuso de los estereotipos, y no sólo es aplicable al caso de los indígenas, sino también al sector de los afroamericanos, judíos, musulmanes, homosexuales, rockeros… y los científicos; en cada uno de estos casos, las minorías de la sociedad son reducidas a caricaturas, dado su carácter de cuestionadores del sistema. De esta manera, se les resta poder contestatario al difundir masivamente una imagen superficial y ridícula de los sectores antes mencionados.

El quid de la cuestión es, ¿hasta dónde puede llegar el sistema mediático a modificar sus actitudes, sin a su vez cuestionar al sistema ideológico, de tal forma que no provoque la destrucción de ambos?

viernes, 27 de agosto de 2010

¿Por qué las telenovelas sí son una obra de arte?

Dice Aristóteles, en La Poética, que la dramaturgia es el arte de la representación de un suceso, que tiene la finalidad de provocar compasión y terror por el destino final del protagonista de la historia que se está contando.

En la actualidad, mediante los medios masivos de comunicación, el objetivo se ha cumplido más allá de lo que el filósofo pudiera imaginar, pues ya no se conmueve y atemoriza a unos pocos cientos de espectadores que presenciaban la puesta en escena del Edipo Rey (que tuvo la mala fortuna de matar a su padre y desposar a su madre), sino que se masajean los corazones de millones de televidentes en todo el planeta y en el mismo instante

Es en esta era de la reproducibilidad digital, sin pérdida alguna de la calidad de la copia, que el carácter único e irrepetible de la obra estética ha dejado de ser parte de la esencia del arte mismo.

Así que bajo el criterio anterior no podemos expulsar a los melodramas televisivos de la categoría “arte”, pues su producción en serie rivaliza y supera con creces a las latas de sopa Campbell’s que pintara Andy Warhol.

Es más, un sólo capítulo de cualquier telenovela, en sus 52 minutos al aire, genera en su conjunto una respuesta emocional mucho más intensa que el total de las experiencias estéticas asociadas al conjunto de todas las pinturas de todos los artistas reconocidos como tales, a lo largo de la historia.

Se dice que la obra de arte es una apertura al ser, a la esencia de la existencia… y las telenovelas lo hacen. Cada día, frente al aparato televisor, millones de amas de casa, en compañía de sus maridos podrán dar rienda suelta a las tensiones acumuladas y no expresadas durante la jornada diurna, y entonces vivirán en carne propia la apertura a un modo de vida, a un conjunto de pasiones sin final.

El arte nos lleva a lugares que nunca habíamos conocido, y las teleseries nos llevan a adentrarnos a mundos en los que probablemente nunca pondremos un pie, simplemente, porque representan un universo maniqueo, mucho más sencillo y comprensible que el mundo cotidiano en el que estamos inmersos.


Aquí es donde entra la teoría de las simulaciones de Jean Baudrillard, pues desde su óptica, los culebrones televisivos nos llevan a un mundo más apasionado que la pasión misma, donde lo que se presenta de manera pornográfica, sin inhibiciones, son los propios sentimientos (lo que a su vez nos resguarda y preserva de las amenazas emocionales del mundo cotidiano)…

Así, mediante un haz de electrones que se estrellan en una pantalla fluorescente, somos presa de los signos emocionalmente cargados que el medio masivo nos envía; y aunque reneguemos de este tipo de programación televisiva, probablemente todos seamos cómplices de ésta, porque parafraseando a Baudrillard, “la desdicha de los otros es nuestro campo de aventuras, en el nuevo orden sentimental”.

domingo, 15 de agosto de 2010

Dan Brown: O la erudición melodramática

He tenido la oportunidad de leer dos de las más populares obras de Mr. Dan Brown: “El Código Da Vinci” y “Ángeles y Demonios”, de igual forma, me ha tocado ver las respectivas adaptaciones a la pantalla, de la mano del director Ron Howard y el guión de Akiva Goldsman.

Supongo que la mayoría de los seguidores de las aventuras de “Robert Langdon”, estarán más que complacidos en ver al ya sobre‑expuesto (aunque siempre versátil) Tom Hanks, en el papel de su profesor universitario favorito.

Generalmente, las versiones cinematográficas siempre se perciben como un simple ejercicio de ilustración del material literario del que se originan. En el caso de “El Código…” el paso del libro a la pantalla fue limpio, bastante apegado a la trama original y sintético (como deberían ser las adaptaciones que se precien de serlo).

Sin embargo, al parecer el Sr. Brown tiene mucha mayor habilidad para explicarnos temas esotéricos o de ciencia de vanguardia, que para desarrollar personajes que vayan más allá de la simple caricatura unidimensional. Sin demeritar el previo trabajo de investigación bibliotecaria que se intuye al leer sus novelas, hay que observar que no sucede lo mismo en el desarrollo creativo, propiamente dicho.

Tanto en “El Código Da Vinci” como “Ángeles & Demonios”, se nota la plantilla literaria (o el cartabón novelesco, por llamarlo de alguna forma) con la que se va dando forma tanto a la trama como a los personajes de la novela en cuestión. Es un procedimiento similar al de las novelas del agente 007 “James Bond”, creado por Ian Fleming; sólo que en este caso el misterio a resolver requiere más erudición y astucia por parte del héroe que de su audacia y sex-appeal. Lo mismo ocurre con los villanos en el caso de ambos autores: tanto en una serie como en la otra, los antagónicos sufren de alguna discapacidad, ya sea física, mental (o ambas).

*POLÍTICAMENTE INCORRECTO versus CORRECTO*

Resulta curioso que en la época actual donde se procura evitar el uso de términos ofensivos al referirse a las minorías étnicas (cayendo en el abuso de hipócritas eufemismos) los malvados en las novelas de Dan Brown sean presentados bajo una luz poco halagadora, cuando no cayendo en estereotipos dignos de una agenda tendenciosa, sospechosamente conservadora.

En sus libros aparecen una serie de villanos o sospechosos de serlo, que o son albinos y usan hábito de monjes, son paralíticos, están atados a una ultramoderna silla de ruedas o son árabes desquiciados que fuman hachís y se convierten en asesinos seriales de hermosas mujeres occidentales.

Lo anterior se hace demasiado obvio en el caso de “Ángeles y Demonios”, la primer novela de la saga Langdon (aunque en la adaptación cinematográfica se las arreglaron para que esta aventura apareciera como secuela de “El Código Da Vinci”). Afortunadamente, Akiva Goldsman (guionista de las versiones en pantalla) tuvo la gentileza de limar esas asperezas y replantear (o de plano eliminar) a los personajes que, de haberse mantenido apegado al original, habrían generado con seguridad una serie de protestas por racismo, pues las minorías étnicas retratadas por Mr. Dan Brown dejan muy claro los prejuicios de una élite supuestamente intelectual, pero con un tono supremacista que de sutil no tiene nada. Recordemos que el personaje de Langdon supuestamente da clases en Harvard, una de las universidades de la élite norteamericana.

Curiosamente (a diferencia de una aventura típica del 007) en ambas adaptaciones, se suprimieron los escarceos amorosos del protagonista; espero que no haya sido porque en las novelas originales, las “Chicas Langdon” no eran WASP (White Anglo-Saxon Protestant / Blanca, Anglosajona y Protestante); en “El Código…” la protagonista era francesa (interpretada en la pantalla por Audrey Tautou; sí, por la mismísima “Amelie”); en tanto que en “Ángeles…” su comparsa era de origen italiano (la reconocida actriz Ayelet Zurer, originaria de Israel). ¡Caray, si para pretextos de escenas eróticas y uso de estereotipos se trata…! ¿Por qué disimular los atributos de estas bellezas en la versión para la pantalla?. ¿Los productores de la cinta tenían miedo de provocar una revuelta feminista?

Lo admito, leer las historias de Dan Brown es como dar un paseo intelectual en montaña rusa; pero hay algunos sobresaltos en el camino que me hacen pensar que se dejaron flojos (a propósito) algunos tornillos, como una perfecta estrategia de mercadotecnia para dar algo de qué hablar o por el qué protestar. Y al ver las adaptaciones cinematográficas, se percibe el proceso de edulcoración de la trama.



El melodramático final de ambas narraciones, podría interpretarse como un simple guiño al lector de que a fin de cuentas, estas historias no deberían tomarse tan en serio como algunos de nosotros lo hacemos. Seré más cauteloso al leer la siguiente novela de la saga: “El Símbolo Perdido”.



miércoles, 11 de agosto de 2010

ESPERANDO EL "AMANECER" EN EL CONSULTORIO






Mientras esperaba mi turno para acostarme en el diván de mi analista, terminé de leer “Amanecer” (Breaking Down) de Stephenie Meyer y creo que tengo un par de cosas que decir al respecto.


Mucho se ha escrito y comentado acerca de la influencia de la formación mormona de la Sra. Meyer. Es obvio el mensaje de parte de la autora a favor de la abstención sexual antes del matrimonio y del abierto rechazo al aborto (¡aunque esté en peligro la vida de la madre!). De eso ya se ha hablado en otros foros, así que pasaré al punto que realmente me frustró como lector de “Amanecer”: su resolución para llegar al final feliz, con el mínimo posible de heridos, sacrificados y muertos. Eso es lo que menos se espera de un libro perteneciente a este género literario.

Lo admito: antes de leer “Breaking Down” sólo vi la adaptación cinematográfica de las tres novelas anteriores (“Crepúsculo”, “Luna Nueva”, y “Eclipse”). Me alegro de no haber leído los textos en los que se basaron las películas mencionadas, pues en el libro cuarto (faltando ya sólo ochenta páginas para terminar) el que esto escribe percibía cómo la tensión dramática iba en aumento, esperando una resolución emocionante, épica, sangrienta y llena de vueltas de tuerca al pasar cada página… pero no fue así.

*SPOILERS AHEAD…*

Si son fans de “Twilight”, y no han leído “Breaking Down” absténganse de leer lo que sigue. Aunque la versión en español del libro se publicó en 2008 por grupo Santillana, presiento que los fans de hueso colorado ya conocen el final de la saga.

La tan esperada batalla final entre los vampiros rebeldes (y “vegetarianos”) del clan Cullen contra los poderosamente malvados Volturi, se convierte en una serie de desgastados discursos proselitistas acerca del amor enfermizo al poder, la sed de justicia y el derecho a la libertad. Sí, lo admito, hay algunos enfrentamientos físicos... pero todo es tan sutil que apenas si se percibe la acción. Todo se reduce a un enfrentamiento entre “súper poderes mentales”, a la altura de cualquier cómic de mediana calidad. O a la competencia entre dos personas de mirarse fijamente, a ver quién pestañea primero.

La decepción que producen las últimas páginas del libro se debe muy probablemente a que en el inicio se plantea a manera de premonición (mediante un par de pesadillas de Isabella) que la madre protegerá a su hija hasta las últimas consecuencias, en un sangriento combate contra el clan Volturi, pues la niña (por ser un híbrido) plantea un peligro para el secretismo con el que se han desenvuelto los vampiros a lo largo de la historia de la humanidad.

Sin embargo, las expectativas de una batalla campal, nunca se cumplen con la intensidad que se va generando en el lector a medida que se avanza en la narración. Para mí, las pesadillas-premoniciones de Isabella mientras está embarazada, no son un gancho para seguir leyendo el libro: son un miserable engaño a las expectativas del lector.

Pero bueno… Al fin y al cabo, todo sucede en el mundo creado por la Sra. Meyer, a quien hay que reconocerle el valor de haber echado por la borda (¿o mejor dicho, ignorado olímpicamente?) toda una tradición de mitos vampíricos para crear su propia mitología. Lo que no me parece es que haya dejado pasar el potencial de ciertos elementos que ella misma sembró en la trama, y que habrían hecho mucho más intenso el final de la saga: el collar que Aro regaló a Isabella, la ambición de los vampiros rumanos, y la presencia del testigo incómodo que era Charlie, en calidad de simple mortal.

*EL regalo del villano*

Poco después de que han transcurrido dos terceras partes de la historia, se siembra un elemento: un collar de oro (de textura similar a las escamas de una serpiente) que Aro, el líder Volturi, le envía de regalo a Isabella, para felicitarla por su matrimonio y reciente conversión en vampiro. Después, el collar simplemente se menciona de pasada, pero ya no tiene ninguna importancia en el desenlace de la historia.

En cualquier cuento que se respete del género fantástico, un regalo del villano (desde la manzana envenenada de Blancanieves, hasta el anillo de la trilogía de Tolkien) lleva una doble intención. El hecho de que la señora IsaBella‑Swan‑de‑Cullen llevara puesta la gargantilla al momento del enfrentamiento final me hizo creer que a una orden del villano, el collar iba a asfixiar a la protagónica, para ponerla fuera de combate (dado que nuestra heroína tiene un súper-poder que es crucial para ganar la batalla); pero no, fue un elemento dramático desperdiciado.

*UN PAR DE TRAIDORES A LA CAUSA*

En el transcurso de “Amanecer” aparecen dos personajes que tenían un potencial dramático, y que aparentaban tener importancia decisiva en el desenlace: los vampiros rumanos Vladimir y Stefan. Ellos pertenecen a un clan que fue derrotado por los Volturi siglos atrás, son una pareja que ansía con retomar el poder que detentaron. Sin embargo, cuando está a punto de producirse la batalla final, en el momento en que esperamos que se encienda la chispa que desate la masacre vampírica… ¡no pasa “nada”!

Sí, hay una victimaria que recibe su merecido, pero eso y nada más. Al final, todo se reduce a una lucha de argumentos y refutaciones entre seres superdotados, con los cuales ya no hay forma de identificarse, aterrizando en un final feliz, con un derramamiento de sangre a cuentagotas.

Una vuelta de tuerca interesante para esta historia y que le hubiera dado un clímax mucho más impactante, hubiera consistido en utilizar la ambición de poder de los vampiros rumanos para desatar una batalla campal donde “a río revuelto…”. Tan sencillo hubiera sido construir una intriga de que había alguien más, un humano que tuvo acceso al secreto de la existencia de los vampiros y los hombres lobo: el buen e inocente Charlie, el padre de Isabella.

Charlie sabía que Jacob y su clan podían transformarse en lobos, y vio a su propia hija antes y después de su transformación en inmortal. Bastaba con que Charlie, en su papel de policía del pueblo, averiguara toda la verdad y arribara en el campo de batalla, a bordo de su patrulla, justo en el momento en que se estaban tomando las decisiones de si habría o no una carnicería.

Después de la ejecución de la instigadora (la que provocó la llegada de los Volturi al pueblito de Forks) la aparición fortuita y sorpresiva del desprotegido Charlie, hubiera sido el detonante perfecto para que la tensión dramática elevara su temperatura a tal grado que una batalla a vida o muerte entre los clanes rivales fuera inevitable.

*¿VAMPIROS MESOAMERICANOS?*

Sin embargo, para ser justos, creo que fue acertado incluir una diversidad étnica de vampiros (amazonas, esquimales, egipcios, e irlandeses) conforme se iban engrosando la fila de inmortales “renegados”.

A mí, particularmente como mexicano, me llamó la atención de dos personajes que aparecen en las últimas 20 cuartillas del libro, y que además poseen información clave para el feliz desenlace de la historia. Creo que merecían haber aparecido al menos unas 100 cuartillas antes.

Me refiero a los vampiros Huilen y Nahuel (del vocablo ¿“Nahual”, tal vez?). Su llegada, desafortunadamente, aunque es sorpresiva, se siente muy deux ex machina, para que la novela concluyera con el clásico “Y fueron felices (literalmente) para siempre”.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Lugar común.

El sexo no es amor, el amor no es sexo, pero una de las cosas más maravillosas de esta vida se da cuando los dos van juntos…

Atraccion

¿Por qué negar lo que nos gusta?

Cuando la atracción es fuerte, e intentamos disimularla, se delata… como el cielo nublado que anuncia la tormenta