jueves, 28 de marzo de 2013

Agua Mineral


(I)

Albino Nolasco se encontraba sentado en una de las mesas de un café al aire libre, vestido al estilo hipster. Luego entró Pineda, vestida con traje sastre. Tomó asiento frente a él.

— ¡Albino!

— Que hubo, Andrea.

Se saludaron de besito en la mejilla.

— Hubiera llegado antes, pero había demasiado tráfico —Dijo ella.

— Ni te preocupes, no tiene mucho rato que llegué.

Nolasco encendió un cigarro. En eso, entró una vendedora de flores.

— Flores, flores para los amores.

Ambos la ignoraron.

— Se ve que te ha ido bien. —Observó él.

— Pues me ha ido, como dicen las clases populares, “dos—tres”.

— A mí más bien me ha ido “tres que dos”.

— ¿Cómo? —Inquirió Pineda.

— Bueno… doy asesorías en una preparatoria abierta. “Textos filosóficos y similares”. ¿Y tú, en qué andas?

— Soy asesora en las oficinas del gobernador.

— Es bueno saber que no has perdido tus ansias de difundir la cultura. Siempre admiré eso de ti.

— En realidad, soy asesora administrativa, pero pagan bien.

— Oh.

— Pero es bueno saber que tú sí estás transmitiendo el conocimiento —Repuso Pineda. —Si te contara de otros compañeritos…

— ¿Por qué, qué pasó con los demás?

— Es que todavía no te he platicado de mi proyecto. Pienso escribir una especie de crónica.

En eso, entró un camarero, quien le sirvió a Albino un vaso de agua mineral.

— Refresco de cola, light… por favor.

El mesero asintió, silencioso. Luego se fue a la cocina.

— ¿Qué me decías de tu proyecto? — retomó Nolasco.

— Voy a escribir una historia sobre nuestros amigos de la universidad. Tú sabes, lo que ha pasado con cada uno de nosotros después de terminar la carrera. Por eso estoy re contactando a los compañeros. Y me he enterado de cada cosa… ¿te acuerdas de Monsalvo, el que sentíase poeta maldito?

— Ajá…

— Pues ahora resulta que vende enciclopedias de casa en casa.

Albino estuvo a punto de escupir por la nariz su soda.

— Bueno, a su manera, él también está haciendo algo por la cultura.

Entró la vendedora.

— Flores, flores para los muertos…

Y así como llegó, la florista se fue. Nolasco rompió el silencio.

— Cuando me hablaste por teléfono, pensé que era para reconsiderar…

— ¿Lo nuestro?

— Sí.

— Habíamos quedado en que eso “ya fue”. Además, ya estás casado, ¿no?

— ¿Cómo lo sabes?

— Aunque te quitaste el anillo, tienes esa zona marcada con más claridad que el resto del dedo. —Observó Pineda.

— Podría ser… ¡el anillo de graduación!

— Mejor cambiemos de tema…

En eso, entró de nuevo el mesero, con un refresco dietético de cola sobre la charola. Le sirvió a Andrea y luego se fue.

— Aún así… ¿quieres que regresemos? — inquirió Pineda.

— Ya he sido muy obvio. Y tus brillantes deducciones a lo Agatha Christie no ayudan.

— No era mi intención ofenderte.


(II)

Nuevamente, Albino se encontraba sentado en una de las mesas del café al aire libre de la vez anterior. Llegó Andrea.

— Perdona que nos hayamos podido ver hasta hoy. Ya sabes, el gobernador y sus giras nos traen de cabeza. —Pretextó ella.

— Me imaginaba algo por el estilo. Ya pedí tu refresco.

— ¿Ya?

— Light, de cola.

Pineda, asintiendo, sacó un cigarrillo; dio una bocanada y exhaló. A guisa de explicación, aclaró.

— En cuanto mi secretario me dijo que hablaste, te devolví la llamada. Es que ella tiene la manía de disque “priorizar” mis asuntos.

— Es que ya eres importante… dijo Nolasco.

— Yo creo que todos somos importantes. De una forma u otra. Eso es lo que quiero reflejar precisamente en mi proyecto…

— De eso quería hablarte. No quiero salir en tu novela.

En eso, entró el Camarero, con un vaso de agua mineral y otro de refresco de cola, light. La pareja enmudeció mientras el otro estaba presente. Luego se regresó al interior del café. Fue entonces cuando Albino se levantó y dijo en voz alta:

— Andrea, obsérvame detenidamente… ¡Observa con atención al fracasado en el que me he convertido! ¿Crees que esa es la imagen que yo quiero que mi hijo tenga de mí?

— Yo nunca dije que fuera a retratarte como un fracasado… ¡Al contrario, creo que eres de las pocas personas que se han preocupado por entrarle de todo corazón a la docencia y…

— ¡Esos son eufemismos, eufemismos enfermos!

— Lo que pasa es que a ti siempre te ha gustado ir en contra de la corriente. —Señaló Pineda.

— Y como tú ya estás socialmente adaptada, ¡me dejaste!

— ¡No, no, no otra vez! Creí que ya habíamos superado esa etapa.

Carlos explotó.

— Pues ya ves que no. ¡Yo no! ¿Y sabes cuál es la diferencia entre tú y yo? ¡Qué tú tomas refrescos de cola y yo agua mineral! —.

— Francamente, no comprendo.

— ¡Pero si es muy claro! Tú le haces juego al imperialismo yanqui, consumiendo sus productos…

— ¿Y el agua mineral que tú tomas? ¿No también forma parte del “imperialismo yanqui”? — Argumentó Pineda.

— Déjame decirte que la marca que yo pido es producida por una cooperativa del país. ¡Yo sí soy fiel a los ideales!

— Albino, no me juzgues así… a lo mejor sí estoy vendida ya al sistema… ¡pero, yo hago también lo que puedo! ¿Por qué crees que quiero, necesito, escribir mi novela? ¡Yo también tengo las mismas inquietudes que tú! En el fondo, seguimos profesando los mismos ideales, ¡pero cada quién lo hace a su manera!

— Tal vez en el fondo, lo único que me pasa es que te tengo envidia. Discúlpame.

Hubo unos instantes de incómodo silencio. Andrea rompió el silencio.

— ¿De verdad no quieres salir en mi crónica?

— No lo sé, voy a cumplir cuarenta años y no paso de perico—perro.

El abatimiento que invadía el ánimo de Nolasco era demasiado notorio.

— ¿Quieres que vayamos a otro lado? ¿A mi casa? — Dijo Pineda.

— ¿Y qué tal si mientras charlamos bebemos algo? ¿Y si ese “algo” nos emborracha? ¿Y si terminamos en la cama? ¿Y si nos terminamos haciendo amantes? ¿No tienes miedo de lo que pase?

En eso, apareció de nuevo la vendedora de flores, quien sutilmente les dejó una nota:

“Lo que tenga que pasar pasará… y por si no lo sabían, por cada producto que consumen en esta cafetería, un niño muere en las fábricas de trabajo esclavo en China… pues el dueño de este negocio trafica muñecos de peluche; el local es sólo una fachada”.

Albino y Andrea sólo se quedaron, mirándose mutuamente, pensativos.


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