Imagina que llegas a tu casa después de 5 meses de ausencia... la puerta está abierta y al parecer no hay nadie adentro. Pasas el umbral y te quedas estupefacto al ver que el amueblado no tiene nada que ver con el que recordabas.
Tus fotos familiares no están en las paredes. Tu comedor ha desaparecido con todo y vitrina. Piensas en el librero donde guardas las obras que tanto trabajo te ha costado adquirir, los CD's y DVD's originales que has coleccionado a lo largo de los años. No están los libreros ni tus libros. ¿Te equivocaste de casa acaso?
Hay dos muebles que reconoces, donde tu madre y la abuela y tu hermano guardan sus ropas; abres los cajones, las puertas del clóset. Estan vacíos.
Descubres que la recámara donde dormían la abuela y tu mamá ha sido reacondicionada como sala de estar. Una televisión de pantalla plana ocupa el lugar, muy acogedor de donde estaba la tele viejita con su adaptador digital.
Y lo más importante: el altarcito donde sabes que descansaban las cenizas de la abuela, no está. Ni la urna. Alguien puso un microondas que no reconoces en su lugar.
Pruebas la llave de entrada y te percatas que ya no funciona; tampoco la de la entrada trasera.
Ves que a lo lejos que viene un pariente, un primo diez años menor que tú, con cara de matón de pueblo; trae algo detrás de la espalda. Hay rumores de que anda empistolado. Sientes que tal vez es el final.
Pero es un grueso pedazo de madera lo que trae consigo. Rompe el cristal y desatornilla el pestillo que tú previsoramente giraste.
- Esto es propiedad privada, ¿te sales o te saco? - me dice, mientras me graba con su celular, usando la otra mano.
- ¿Por qué haces esto? - le pregunto a la cámara.
- Estás invadiendo mi propiedad. Última advertencia.
- Vete al carajo... - y de un manotazo le tiro el celular.
- ¡Recoge mi celular! - ordena el otro.
- ¡Ni madres! ¡Esta es mi casa, de mi madre y mi hermano!
- ¿Por qué haces esto? - le pregunto a la cámara.
- Estás invadiendo mi propiedad. Última advertencia.
- Vete al carajo... - y de un manotazo le tiro el celular.
- ¡Recoge mi celular! - ordena el otro.
- ¡Ni madres! ¡Esta es mi casa, de mi madre y mi hermano!
Y sin más se me avienta el Axayacatl para tirarme al piso y sacarme a jalones de mi propia casa.
Y no, no es cuento bizarrro. Es un caso de la vida real.