Al final de la década de los
ochentas, uno de mis pasatiempos era deambular en las librerías de “la tienda
de los tecolotes” para sentirme (al menos, imaginariamente) al tanto de las
tendencias de la moda intelectual light.
Desde entonces ya tenía esa obsesión por encontrar “la fórmula” que hace de una
novela, un best-seller.
En aquellos años, como no tenía tanto dinero para comprar esos libros, me
conformaba con leer las frases de la contratapa y las solapas. Una de las
primeras publicaciones que me encontré, fue precisamente, la novela de Thomas
Harris El Silencio de los Corderos. “Suena interesante”, pensé en aquel entonces.
Poco después, recuerdo que cuando
se estrenó la adaptación cinematográfica de esta novela, como El Silencio de los Inocentes (1991,
dirigida por Jonathan Demme), había
espectaculares en el metro y muchos spots televisivos promocionando la novela
como la película del año. Nuevamente, no pude ver su estreno en el cine porque
mis recursos eran bastante limitados en aquel entonces. Tampoco sabía que parte de la imagen del póster
contenía un elemento pictórico fotográfico, creación del mismísimo Salvador
Dalí.
Ya después, con la
democratización de las películas en VHS, fue la primera vez que tuve acceso a
esta película. Luego la pude volver a ver en DVD con los comentarios de director, ya con otra perspectiva.
Fue apenas hasta hace poco
terminé de leer la novela original. Imposible imaginar ya la narración sin la
presencia de Anthony Hopkins y Jodie Foster en sus respectivos papeles. Y
aunque la lectura del libro es “disfrutable” y se entiende más a fondo la
psicología de los personajes, hay recursos que hacen a la película mucho más
impactante.
Dos de dichos recursos
cinematográficos utilizados que pocos directores se atreven a utilizar, son los
personajes principales (Lecter, Clarice, y Búfalo Bill) mirando (o bailando) en
dirección a la cámara (es decir, directamente al espectador), logrando un
profundo impacto emocional. Digo, que un par de psicópatas te miren
directamente a los ojos, interpretados magistralmente por sus respectivos
actores, es algo que logra infundir temor, miedo y al final, terror. Esa
sensación de que entre “los maniáticos” y nosotros solo nos separa una delgada
barrera de cristal, es algo que pocas películas logran sin romper con la convención de la cuarta pared.
Sin embargo, he de confesar que
el último acto de la película (y especialmente el final) me parecieron mucho
más espeluznantes (y por tanto, emocionantes) que los capítulos finales de la
novela. Ahí es donde se nota el oficio de un buen adaptador (Theodore Tally) aunado
a la efectiva concepción escénica del director.
La anécdota que más llamó mi
atención, sobre todo a la hora de estar enfrascado en la lectura de la novela,
fue la insistencia literaria de Mr. Harris en “ser políticamente correcto” con
la comunidad LGBTTIM al intentar dejar claro que el villano a cazar de la
historia “Búfalo Bill” no es un travesti
o transexual “común y corriente”, sino un ser que ha traspasado ese límite,
llevándolo a un territorio de demencia y alienación mucho más allá del simple
ser una “loca desatada”. Y lo logra con mucha precisión, aunque con poca
sutileza.
Mientras tanto, en México…
Desde la publicación de la
novela, en 1998 hasta la actualidad, México (en un proceso de triste descomposición
hacia la anomia psicosocial) ha generado sus propios asesinos seriales: “El
Goyo” Cárdenas, “La Mataviejitas” ‑cuyo apodo en el ring era La Dama del Silencio(!)‑, el “MataGays” y el ya
infame (literariamente hablando) “Poeta Caníbal”.
¿Algún día veremos una buena y emocionante adaptación de estos “psicópatas de
la vida real”? ¿Se inspiró alguno de ellos en los personajes ficticios producto
de la mente de Thomas Harris?
Casi por último, la incógnita
moralígena que siempre va implícita en los mensajes de los medios masivos de
comunicación (en este caso, el cine): ¿qué tipo de valores o antivalores
estamos insertando de “contrabando” en nuestro inconsciente colectivo al
producir, promocional y ver este tipo de historias?
Yo recuerdo, cuatro películas
mexicanas sobre asesinos seriales: “Asesino en Serio” (¡obvio!), "Días de Combate", “Profundo Carmesí” y “Ensayo de un Crimen”. ¿Ustedes recuerdan alguna otra?
Ah, y no se olviden de ver la parodia italiana llamada “El Silencio de los Indecentes”.
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