NIVEL
1
Ese
día, la guionista Marianne Volmari fue convocada por su jefe, el productor
Marcos Marquillo a uno de los sótanos secretos de la empresa; ahí, en un
pasillo en la semipenumbra, se le dio acceso a uno de los enclaves más
fundamentales de La Fábrica.
Las
últimas dos telenovelas que había escrito la señora Volmari no habían dado el
rating esperado, por lo que desde muy arriba, alguien dio luz verde para que se
realizara el refrito de una historia transmitida con éxito en los años setentas
(léase: el siglo pasado).
-
Y, ¿dónde están los libretos de “La Gitana que
vino del Mar a Casarse?” – preguntó ella.
-
Se perdieron los impresos, pero no hay problema
– respondió el otro, encendiendo un puro, como siempre contraviniendo las
reglas del Sindicato de “No Fumar” en esa área.
-
Pero si no hay respaldo impreso, ni copias
digitales, ¿cómo voy a hacer mi adaptación de la “Gitana “?
-
Pues es que vas a tener el placer de trabajar
en conjunto con Garissa Marrido, trabajarán en equipo. Necesitas refuerzos,
¿sabes?
-
¡Pero Garissa Marrido murió falleció hace
varias décadas! – Marianne comenzó a toser, debido al humo producido por el
habano. – Marquillo, ¿puedes dejar de fumar eso? Me está empezando a dar la
alergia. – dijo ella, con la soberbia y tonito de voz de sexo-telefonista que
la caracterizaba.
Marcos
sólo apagó el puro, lo recortó y se lo guardó en el bolsillo. Al llegar a una
opaca puerta auto deslizante, el productor pasó su gafete y el acceso quedó
libre.
-
Bienvenidos sean al Centro de Enlace, les dijo
el técnico Sicardo Ranchez, que aparte de su evidente aspecto de científico
loco con lentes binoculares, sin montura… era de baja estatura y llevaba
trenzado el cabello en grasientas rastas.
Sólo
la bata blanca de laboratorio que Ranchez portaba encima, con su gafete
respectivo, le daba ese aire de técnico
eficaz. Era moreno, pero su palidez cercana a la ictericia indicaba o que era
alcohólico o que rara vez salía de aquel cubículo. Tal vez fueran las dos
cosas.
Volmari
no daba crédito a lo que veían sus desorbitados ojos: en frascos de formol,
flotaban cerebros, cada uno con los nombres de los autores más exitosos de
teledramas, ya fallecidos. Desde Enís Radeno, hasta Volanda Yargas Dolcé, sin
olvidar a Sarloc Lomos.
-
Ahora ya sabes cómo inmortalizamos y a dónde
vienen a parar los escritores de verdad. – Le susurró Marcos a Marianne.
Por
un momento, Marianne quiso vomitar. Ahí estaban los cerebros de todas y todos
los guionistas fallecidos; y mientras la Volmari se recuperaba del impacto, el
técnico Sicardo Ránchez, configuraba las terminales y procesadores de texto que
iban a utilizarse a partir de ese momento
-
¿Y cómo así, voy a trabajar en equipo con…
“eso”? – dijo ella con asquito.
-
El técnico te ayudará con eso, no te preocupes.
Antes
de que Marianne pudiera decir algo, sintió como Marcos la tomaba con firmeza
del brazo, y con la otra mano, la obligó a mostrarle el cuello al técnico,
quien rápidamente le inyectó en la carótida una sustancia dorada con brillitos
de diamantina. Todo se oscureció para la Volmari.
Para
cuando la pseudo escritora despertó, estaba conectada como en la sala de un
hospital: el suero la alimentaba, y su cabeza estaba como fija por un soporte,
con electrodos insertados a la cabeza, a
su vez conectados a un procesador de texto con pantalla gigante, proyectado en
la pared de enfrente; de esta manera, estaba conectaba permanentemente con el
cerebro flotante las escritoras Garissa, Enís y Sarloc.
Sus
manos estaban limitadas por un par de cadenas y grilletes cerrados en sus
muñecas, para que sólo pudiera acceder al teclado fluorescente y nada más.
-
Ahora sólo tienes que teclear lo que te vayan
dictando los demás escritores, mi estimada Volmari. – Le dijo el técnico,
sonriendo sardónicamente.
-
Y si te atrasas en la entrega de libretos, te
daremos un aviso de advertencia mediante una ligera descarga eléctrica a tu
cuerpo, que el técnico o yo podemos usar a discreción, aumentando la potencia
paulatinamente por cada día que te atrases.
Marianne
quiso soltarle un improperio tanto a Marquillo a como Sicardo, pero se dio
cuenta que no podía hablar; esa función le habían desconectado en su área
límbica.
-
¿Nunca te dije que calladita te ves más bonita?
– agregó Marcos Marquillo, arrojando una bocanada del humo de su habano en el
rostro de Volmari. También le habían inhibido el instinto de toser. Sólo le
lloraron los ojos.
-
¿Lista para trabajar? – dijo una voz masculina
en el interior de la mente de Marianne.
-
¿Sarloc? – preguntó ella, desde su pensamiento.
Alguna vez, hacía muchos años, que habían conversado en la presentación del
libro “Voces de la Madre Tonantzin”.
-
¡Bienvenida! -
le dijeron a su vez tres voces
femeninas, las de Garissa, Yargas y Enís.
-
Estarás fusionada con ellos hasta que crees una
novela que mínimo se mantenga en 25 puntos de rating, sin bajar en ningún
momento. – Observó Marquillo.
-
Y yo tendré el gusto y el honor de cuidar de
sus necesidades corpóreas mientras se encuentre en línea con las vacas sagradas
del melodrama. – Añadió Sicardo, remojando sus labios con la puntita de su
viperina lengua.
Así
fue como Marianne Volmari se enteró del triste destino de los escritores
mediocres que misteriosamente habían estado desapareciendo de las juntas
semestrales en la Sociedad General de Texto Servidores; sin embargo, ella estaba
dispuesta a tal sacrificio, para así poder pagar la operación estética que
libraría a su hijo de tercer pezón con el que había nacido.
NIVEL 2
Carlo Román se miró desnudo en el espejo
de cuerpo entero de su lujosa recámara. Todo él era la mismísima representación
de la belleza dionisíaca. No por nada era el actor del momento, el galán con
que el que noche a noche se cumplían los sueños húmedos de sus admiradoras en
la novela de la noche. Era la sensación del momento. Sólo él y algunos otros
más formaban parte del elitista club de los Metrosexuales Eternos. Carlo sabía
que esa noche se reunirían con las Bellezas Indomables, el grupo de élite de
actrices que aceitaban la maquinaria de las fantasías de los millones de
televidentes que cada día los seguían en sus historias ficticias, llorando o
gimiendo según el libreto lo requiriera; o a veces, pasando por las pruebas de
calidad que exigía el protocolo de los productores, ejecutivos o políticos que
requirieran de sus servicios.
Aunque su cabello ya pintaba algunas
canas, Carlo Román Buenrostro se consideraba un galán maduro, que a diferencia
de sus contemporáneos “normales” (es decir, la audiencia: los feos y feas
promedio de la calle) se conservaba fresco y lozano.
La noche llegó, y Carlo Román se dirigió a
los sótanos del Ministerio de Belleza, un piso secreto en el área tecnológica
de La Factoría de Ensoñaciones. “Un lugar algo inusual para la reunión anual de
Los Artistas Elegidos; en esas fiestas donde se gozaba de lo que él sabía por
derecho propio: placer potenciado al máximo con seres tan perfectos, con
dentaduras impecables y personalidades impactantes; que el proletariado
televisivo se contentara con subsistir vicariamente de los gustos que él
disfrutaría en primera persona.
No importaba si decían que su coeficiente
intelectual fuera ligeramente menor a la media: siempre una sonrisa y la
inflexión de voz adecuada lograrían su objetivo principal. No era raro que en
esas reuniones dionisíacas todos gritaran sus propios nombres al final de la
frase “Cuánto placer me das (añadir aquí nombre del Ser Bello en cuestión)”.
Más el corredor estaba vacío cuando las
puertas del elevador se abrieron. Sólo un rumor sordo, subterráneo, se
escuchaba en las bocinas empotradas en las paredes. “Puerta 4A, Carlo Román”,
le indicó su propia voz, sólo que esta vez la frase no había sido proferida por
sus labios. La orden venía de los altavoces.
Al abrir la puerta, Román se quedó de una
pieza. Ahí no se encontraban reunidos los miembros del club de los Bellos
Elegidos, sino flotantes réplicas de sí mismo en grandes incubadoras de cristal
rebosantes de algo parecido a un líquido viscoso; con un Román Buenrostro bebé,
uno adolescente y otro adulto joven; un matraz más pequeño albergaba un feto
perfecto que aún no tenía rostro definido.
“Bienvenido de regreso a La Fuente, Román”
sentenció su voz a través del sistema de audio. Es hora de que tomes asiento en
el Sillón de Reciclaje y disfrutes de tu merecido descanso. Aquí fuiste creado,
y aquí serás desconectado.
“Aquí hay un error”, replicó el aludido;
yo nací en *** y mis padres son ***; estudié en en Centro de Capacitación para
Talento Histriónico de ***/
“Memorias implantadas mientras te
cultivábamos, pequeño mamífero”, aclaró cortante la voz. Algo tendrías que
decirle a la prensa sobre tu supuesto origen y el descubrimiento de esa
particularidad llamada “talento”.
Asustado, Román Buenrostro salió de
aquella habitación que de tan aséptica daba asco. Corrió por el pasillo hasta
abrir otra puerta, la 7C; lo que descubrió era lo que tanto le perseguía en
aquella pesadilla recurrente: Andrea Fasso, la actriz y conductora con la que
la prensa del corazón lo relacionaba tanto se encontraba ahí, presente… y
repetida en varios contenedores al igual que él, en diversas etapas del
desarrollo.
“Ustedes, el talento artístico y los
modelos de revista, sólo sirven para una cosa: obedecer; Xenu te pide que
regreses por favor a tus orígenes a la Cámara Ardiente mientras te arrullamos
con suaves tonos electrónicos.
Así fue como el CR-Buenrostro recordó de
golpe el chip implantado en su glándula pineal, y andando con paso seguro,
garbo y siempre elegante, retornó a la puerta 4A para tomar su lugar en el Sillón
de la Inocencia y recibir la suave descarga que lo apagaría por completo.
NIVEL 3
Mientras tanto, en una oficina secreta,
dos niveles más abajo, en el think tank de La Fábrica, hay una oficina
discreta, con una placa de bronce, pero que no indica apellido ni cargo alguno;
ahí habita un Ser que crea y destruye celebridades con un chasquido de sus dedos.
Desde ahí el ente observaba trabajar a Marianne Volmari.
Todos temen cuando son llamados ante
este Ente. Algunos sólo han escuchado leyendas de su existencia; pocos han
regresado de verl@ y los pocos que regresan, salen directo al soul asylum,
balbuceando incoherencias.
Tiene 9 monitores-ojos para ir checando
en tiempo real la parrilla nacional y metropolitana de programación, así como
el rating y el share; además posee un teléfono rojo (sí, de los analógicos; sí,
de disco giratorio) que lo enlaza con el preciso en el momento que se necesite.
Cuando no está en la oficina, todo lo
controla desde su Blueberry, y usa apps exclusivas, desarrolladas
específicamente para (él/ella) en los laboratorios de Santa Fe. Usando una de
esas aplicaciones, puede ver lo que se graba en cada foro en tiempo real. Es
como la Ene Ese A del corporativo.
Debería ser ilegal tanto poder.
FIN
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