martes, 7 de mayo de 2013

"Todo Vale" (parte 2 de 2)

(cont...)

Contra el racionalismo…

Feyerabend critica la concepción racional y sistemática que el común de las personas (y de los científicos) tienen del proceso de investigación científica. Uno de sus principales ataques es contra el racionalismo de Karl Popper, quien postula todo un esquema del “deber ser” de La Ciencia.

Popper dice: “debemos desechar inmediatamente aquellas teorías que tengan hechos factuales en contra”. Feyerabend responde: lo anterior no es posible, pues aún la teoría más refinada ha encontrado hechos que no concuerdan con ella, y no por ello se le rechaza, al contrario, se sigue teniendo “fe” en ella mientras se encuentra la forma de solucionar esta discrepancia con los hechos experimentales.

Popper dice: no es válido “remendar” las teorías científicas para que concuerden con los hechos del mundo que las contradicen. En otras palabras, las hipótesis ad hoc no pueden ser utilizadas. Feyerabend responde: todas las teorías científicas para poder seguir existiendo como tales, tarde o temprano, necesitarán hipótesis adicionales. Y eso no implica que dejen de ser válidas.

Popper dice: “lo que distingue a la ciencia de otras disciplinas, es la contrastación que hace de las propuestas propuestas teóricas con los hechos experimentales. Feyerabend responde: No es posible tal contrastación, pues para visualizar los hechos experimentales es necesario tener de antemano una visión teórica que nos indique qué cosas podemos considerar “hechos” y cuáles no.

Lo anterior nos lleva a concluir que las teorías son incontrastables, pues desde el principio descalifican aquellos argumentos que pueden refutarlas. O lo que es lo mismo, no es posible hacer la separación sujeto‑objeto propuesta por el realismo.

Popper dice: “la base del progreso científico es el avance del conocimiento, pues una nueva teoría siempre es mejor que la anterior, al resolver más problemas que su antecesora, incluyendo los que ésta explicaba”. Feyerabend responde: primero, para comparar dos teorías es necesario que “hablen el mismo idioma” (conceptualmente hablando), pero esto no siempre es posible.

Lo anterior se debe a la inconmesurabilidad de unas teorías con otras; esto nos lleva a la conclusión de que no importa si la teoría “X” es más o menos cercana a la realidad que la teoría “Y”. Lo fundamental es que sean congruentes consigo mismas en su lógica interna. La teoría que elijamos enarbolar queda a nuestra discreción, pues si la argumentación ha dejado de ser el criterio  de comparación entre las diversas posibilidades, ¿qué otros criterios vamos a aplicar? Respuesta: El Estético, el que más nos guste, dice el autor. Por tanto, si la religión o los cuentos de hadas son congruentes consigo mismos, de acuerdo a las leyes de su propia lógica (no necesariamente las de la lógica formal) son tan válidos como sistemas explicativos del cosmos.



…y a favor del Humanismo.

            La preocupación fundamental del pensamiento Feyerabendiano gravita en torno al peligro de alienación que puede significar la ciencia para el espíritu humano. Teme que el paradigma lógico‑sistemático del proceso científico desborde sus límites como medio para conocer el mundo y se convierta en un fin en sí mismo, como futura guía del deber ser humano.

            El autor del libro reseñado hace notar que aunque la ciencia es producto de la actividad humana, no abarca toda la esfera de las potencialidades del ser humano. Nos advierte del peligro de restringir nuestras vidas a los principios que rigen la ciencia; nos recuerda la irracionalidad que nos caracteriza, así como aquellas pasiones que difícilmente pueden entrar en el ámbito de la ciencia. Le atemoriza la posibilidad de que la rigidez científica termine por castrar el espíritu humano, reduciéndolo a una mera tautología, estéril, de la cual no se puede obtener nada nuevo.

 

lunes, 6 de mayo de 2013

"Todo Vale" (parte 1 de 2)

Contra el Método Científico

 
 
Bases Filosóficas

La propuesta epistemológica de Feyerabend tiene sus raíces en el materialismo dialéctico. Su base teórica está en Hegel, y la aplicación práctica de esta concepción filosófica hace referencia al materialismo histórico. El esquema Feyerabendiano, asimismo, nace de la concepción de La Ciencia como un fenómeno que puede ser enfocado de manera idéntica a como Marx y Lenin analizaron los procesos político‑sociales.

La “Contrainducción”.

            De acuerdo con la dialéctica, todo proceso lleva dentro de sí mismo el germen de su destrucción. Los objetos, tienden, con el tiempo, a negar lo que son ahora. Aplicando este concepto a las teorías científicas, Feyerabend afirma que su estructura lógica formal les impide modificarse desde adentro, pues los mecanismos racionales tienden a construir estructuras que llegado a un punto, se atoran; debido a lo anterior, se hace necesario impulsar su movimiento dialéctico desde afuera.

            ¿Cómo llevar a cabo lo anterior? Mediante el uso del fenómeno de la “contrainducción”. Esto es, forzar a la teoría a que nos responda preguntas que no son válidas para ella misma. Y no sólo eso, sino que propone utilizar alternativas cuyos axiomas sean opuestos a las teorías establecidas. Feyerabend reconoce que para realizar lo anterior se necesita un imaginario mental bastante grande; y sin embargo, el autor nos muestra que algo así puede hacerse, con su ejemplo fundamental: Galileo.


Galileo.

Desde el punto de vista de Paul K. Feyerabend, el “padre” del método científico (Galileo) no es tal, pues jamás aplicó la receta del susodicho método en sus investigaciones. Se nos muestra que Galileo:

a)     Sostuvo sus hipótesis aún a pesar de que no tenía toda la evidencia material necesaria para creer en ellas; es decir, que su práctica de investigación nunca se apegó a los cánones marcados por lo que comúnmente se piensa que “debe ser” el camino de la ciencia.

b)     No sólo no mantuvo la continuidad de conceptos utilizados por sus antecesores (Ptolomeo) sino que rompió con ellos, impidiendo así una posibilidad de comparación teórica entre la teoría geocéntrica versus la heliocéntrica; lo anterior contradice la concepción tradicional de El Método (pues éste exige una comparación entre las teorías en competencia).

c)      Para sostener sus hipótesis, se valió no solamente de “hechos concretos” que lo apoyaran, sino que recurrió a tácticas de “persuasión” psicológicas con la finalidad de ganar “adeptos” a su teoría; entre las anteriores podemos encontrar la idea de la anamnesis, esto es: “el sujeto ya lo sabe todo, sólo necesita recordar que lo sabe”. Y precisamente lo que Galileo quiere demostrarnos es lo que ya “sabemos”.

Con la reseña histórica mostrada por Feyerabend, queda claro que “El Método Científico”, en su versión de recetario no fue creada, ni mucho menos aplicada, por Galileo.



Las interpretaciones naturales.

            En nuestro devenir cotidiano, manejamos una serie de conceptos, principalmente de carácter utilitario, que nos permiten desenvolvernos con cierta destreza en nuestro medio. Sin embargo, Feyerabend nos recuerda que la mayoría de dichas interpretaciones (“naturales”) no son otra cosa que prejuicios, adquiridos a lo largo de nuestra vida, y remarcados a través de los procesos de aprendizaje y socialización.

            El problema radica cuando las interpretaciones “naturales” interfieren en el proceso de percepción de la realidad “tal como es” y si la finalidad de La Ciencia es conocer dicha realidad, ¿cómo va a poder aprehenderla si desde el principio las sensaciones están contaminadas por nuestras expectativas de qué es lo que debemos encontrar?

            La primera solución que se plantea es eliminar por completo estas impresiones “naturales”, pero esto únicamente nos llevaría a una parálisis total en el proceso de conocimiento. La siguiente alternativa consiste en no desechar dichas interpretaciones, sino apoyarnos en ellas para luego irlas modificando poco a poco.

            Sin embargo, la propuesta anterior nos lleva a un argumento circular, pues en el análisis que hagamos de los conceptos involucrados en la interpretación natural, llegará un momento en el que estaremos utilizando de contrabando dichas interpretaciones. La propuesta final consiste en atacar estos paradigmas con otros, pero externos, provenientes de la imaginación del investigador (esto es, haciendo uso de la contrainducción).

Galileo, otra vez.

            Galileo no sólo procedió acientíficamente, sino que además lo hizo de forma contrainductiva, esto es: tuvo que luchar contra las interpretaciones “naturales” de su época, y encontraron su expresión más refinada en la teoría Ptolomeica. El camino inverso también estaba presente: Ptolomeo “comprobaba” sus teorías mediante la utilización de los “hechos” obtenidos a través de la visión de las interpretaciones naturales predominantes.

            El concepto que ilustra la afirmación anterior radica en el concepto de movimiento que tenían los contemporáneos de Galileo: el movimiento absoluto. En esta concepción, el desplazamiento que vemos en los cuerpos corresponde a “lo real”; donde lo que nuestros sentidos perciben es lo que realmente sucede. Galileo, utilizando la contra inducción, crea el paradigma del movimiento relativo; a través de esta óptica, Galileo propone que el desplazamiento que observamos directamente puede no ser el correspondiente al movimiento real, sobre todo si el observador se mueve junto con el objeto de estudio.
            Realizando este cambio en la interpretación, Galileo logra que su teoría concuerde con los llamados “hechos observacionales” recopilados a través de los sentidos. Y no sólo eso, también consigue (siempre a través de la óptica de la nueva concepción) atacar a su posición competidora, el paradigma Ptolemaico. Con éste y otros ejemplos adicionales, queda demostrada la falta de cientificidad en el mismísimo padre de El Método, mostrándonos como buscó con plena conciencia, la manera de acomodar los hechos observados para que éstos se ajustaran a sus hipótesis de cómo está estructurado el cosmos. Lo anterior queda englobado en el “argumento de la torre” como Feyerabend lo llama.

(continuará...)

domingo, 31 de marzo de 2013

Un Paisano.

(I)
Se había imaginado el lugar varias veces, sobre todo en la noche, esperando la llegada del sueño mientras se mecía tranquilamente en la hamaca, al compás de la brisa costeña. 

Nunca antes había estado en ese nuevo lugar, y de lo que le contaban sus hermanos mayores tomaba elementos para ir formando una imagen en su mente. Elías se consideraba un muchacho valiente y decidido, osado como la mayoría de los de su edad; sin embargo, no dejaba de sentir algo de temor ante el destino incierto que le esperaba, mismo que amenazaba con romper su frágil y artificial equilibrio interno.

Ahora se encontraba frente a frente, sin intermediarios, ante la puerta de entrada de La Escuela: una reja negra que ostentaba orgullosamente, labrado en metal y con chapeado dorado, el escudo de La Institución. Atravesó rápidamente y no sin algo de temor la vía ferroviaria que hacía algunas décadas fuera el único medio para llegar a aquella universidad (cuando todavía estaba bajo el severo y espartano mando militar).

El día era gris y en cuanto traspasó la reja, comenzaron a caer algunas gotas. Aceleró el paso y podía observar cómo pasaban fugazmente frente a él decenas de estudiantes similares. Algunos de los que aparecían eran estudiantes veteranos, muy parecidos a sus hermanos mayores en las maneras de hablar y vestir. En cuanto llegó al Edificio Principal y pudo ponerse a salvo de la ahora tormentosa lluvia, comparó aquella escuela en la que ahora se encontraba como una especie de fábrica de productos en serie, generando cientos y cientos de individuos similares entre sí, sin importar cuál hubiera sido su personalidad original. Se imaginó como sería cinco años más tarde: más alto, más fornido y con bigote. Tan parecido a sus hermanos. Le agradaba la idea… a pesar de todo, se convertiría en un ingeniero respetable, con la carrera terminada, y el éxito casi asegurado.

De repente, Ella estaba ahí, acababa de llegar al mismo lugar en el que Elías se encontraba, buscando refugio de la fuerte lluvia. Iba seguida de sus amigas y todas reían alegremente, divertidas al darse cuenta de que sus cabelleras estaban hechas un perfecto desastre. Por las carpetas de color azul y los tarjetones rosas (las que permitían la entrada a los comedores), se dio cuenta de que todas aquellas jovencitas  eran también alumnas recién llegadas a la escuela; pero Ella era la más bonita.

Él sintió un poco de remordimiento al recordar que había dejado una novia en el pueblo, pero… ¿qué más daba? Ambos sabían que las promesas de amor que se habían hecho el día de la despedida pronto serían olvidadas. Cuando el autobús salía de la terminal, vio muy claramente a través de los cristales como aquella muchacha se dejaba tomar por la cintura del pretendiente más terco que había tenido desde la telesecundaria; al autobús se detuvo un momento y el trío quedó mirándose entre sí unos instantes antes de que se reemprendiera la marcha y el transporte se alejara lentamente.

La muchacha que tenía frente a él, contrastaba mucho con la de sus recuerdos. Aquella era morena; ésta, de tez clara. La del pasado tenía trenzado su negro y largo cabello, la actual tenía hermosos rizos rubios que le llegaban a los hombros. La otra tenía ojos café obscuro y ésta los tenía azules. “Me falta conocer mundo”, pensó Elías. Con un poco de suerte y decisión lograría llamar su atención… algún día no muy lejano. La llovizna no cesaba, aunque su furia ya había disminuido un poco. Era algo muy bonito observar cómo los rayos de sol que iban saliendo de entre la barrera de nubarrones iluminaban a aquella muchacha en particular.

Pensó en acercarse y entablar conversación con ella, pero no le agradaba la idea de enfrentarse a sus demás acompañantes, “cacatúas”, pensó. A lo mejor tendrían que hacer juntos alguno de los trámites de inscripción. Ése sería el mejor momento para llevar a cabo su conquista.

-          ¡Paisano! ¿Donde andaba, pues? Lo perdí desde la terminal, ya me tenía con pendiente –Observó uno de los compañeros de Elías, sobresaltándolo.

El joven era amigo de su hermano mayor, que había ido con él, en calidad de acompañante a petición de sus padres, pues nunca se sabe lo que puede ocurrir por estos lares, tan cercanos a la infernal y malvada ciudad capital.

-          Ya lo ve, llegué solo –Respondió el muchacho, no sin cierto orgullo (que su interlocutor en su sobreprotección, afortunadamente no notó).

-          Vamos entonces a que le asignen su cuarto. Arreglé todo para que pueda vivir en la sección con los paisanos –informó el otro, haciendo gala de confianza mientras colocaba su mano sobre el hombro del muchacho.

-          ¿Pues éste qué se siente? –Se preguntó molesto, sintiéndose casi arrastrado hacia el internado, mientras el calzado de su acompañante (botas de piel de cocodrilo con suelas como de tractor) sonaban huecamente al chocar con las baldosas del piso.

Elías miró hacia atrás para ver si la chica seguía ahí, pero desafortunadamente, nadie estaba ya en ese lugar.


(II)
Minutos después abría la ventana del tercer piso y miraba a la agente caminar apresurada hacia quién sabe dónde. Docenas de estudiantes de primer ingreso, muchos de ellos acompañados por sus padres, sobre todo las muchachas, iban y venían de un lado a otro. Pequeñas hormiguitas buscando sus refugios.

-          “Viejas apretadas” masculló el paisano no sin cierto resentimiento, después de escupir contra el suelo del cuarto. Volteó a mirarle y dijo: -Así son las cosas aquí, amigo. Váyase acostumbrando a no encontrar hembra durante los próximos años de su vida.

Elías recordó a la joven de tez blanca y pensó que el amigo de su hermano estaba ligeramente amargado después de cinco años de estancia en aquella habitación. A él no le pasaría lo mismo.

Llegó la hora de la cena y el paisano no dejaba de cuidarle. La rubia estaba dos mesas delante de él y charlaba alegremente con sus compañeras de mesa. La morena siempre había sido muy reservada y apenas si pronunciaba frase alguna cuando estaba con él. No fue sino hasta después que se acostaron en la casa abandonada del monte cuando ella empezó a hablar un poco, apoyando su cabeza en el obscuro y lampiño pecho de él. Bien que le habían dicho sus cuates que “esa morra era una mosquita muerta” pues la muchacha perdió toda inhibición en cuanto estuvieron desnudos y se hicieron caricias que le produjeron sensaciones que jamás se hubiera imaginado.

(III)
Una semana había transcurrido desde que Elías viera por última vez a aquella bonita muchacha, no la habían asignado en su grupo académico ni tampoco habían hecho juntos algún trámite de inscripción. Por lo menos ya se había librado de su molesto y amable acompañante desde hacía tres felices días. Estaba en completa libertad, nadie a quién rendirle cuentas de sus actos, ni horas fijas para llegar a dormir; de hecho, en su tierra natal, sus padres nunca se portaron estrictos con él, pues había sabido jugar su papel de niño bueno, y las cosas iban a cambiar bastante.

Una de las cosas que más le habían llenado de orgullo fue cuando se descalzó del par de gastados huaraches que traía puestos para enfundar sus oscuros pies en sus hermosas y relucientes botas norteñas, símbolo de distinción y popularidad en aquellos lejanos parajes. Tiró a la basura el antiguo sombrero de palma que le acompañaba desde hacía ya algún tiempo y fue sustituido por uno más soberbio, de ala ancha. La amplia y dorada hebilla de su cinturón con el grabado de una herradura le sentaba a la perfección en su pantalón vaquero de marca importada, haciendo juego con su pulcra camisa a cuadros rojos y azules. Ya no habría ningún problema en su aceptación social.

Para celebrar la consolidación de nuevas amistades, los nuevos amigos se pusieron a tomar unas cuantas latas de cerveza (bien frías) mientras platicaban gustosa y animadamente sobre las muchachas que más les gustaban de la escuela. Cada uno procedía de diversos lugares de la república y algunas veces ciertas palabras tenían diferentes significados para cada quién. Él les habló de la chica que más le gustaba, y al parecer la mayoría también la había visto y deseado secretamente para sí.


(IV)

Al otro día, Elías despertó algo confundido y con un ligero dolor de cabeza, aunado a un ligero escozor en la garganta reseca; aquella noche había soñado con ella, y con un ligero suspiro lamentó que todo no hubiera sido más que una emisión nocturna; pero las circunstancias acudieron en su ayuda: aquél ángel de cabellos dorados era hermana del bato más inteligente del grupo, por demás excesivamente delgado y con lentes de carey que resaltaban su aire de intelectual antipático. Afortunadamente, Elías se llevaba bien con ese matado (y además, le convenía, pues le podía copiar la tarea de Álgebra I). Se hicieron las presentaciones de rigor y por medio de su nuevo colega se enteró de que había obtenido un punto a su favor: le había agradado a la chica. Su plan consistía en que en menos de una semana, serían novios. En pocos minutos habían quedado sepultadas en el pasado las novias traicioneras y fáciles, al igual que los paisanos amargados y resentidos.

Era interesante escuchar en la madrugada los lamentos y gritos de los estudiantes borrachos, que gritaban sus traumas y sentimientos reprimidos a todo pulmón. Se oían desde declaraciones de amor entre hombres y muchachos hasta maldiciones contra los profesores más estrictos de la institución; aunque al afortunado Elías aquella noche eso no le importaba en lo más mínimo. Acababan de pagar la beca y haciendo una colecta voluntaria, podrían irse de parranda y nadie los regañaría en absoluto. Además, sus dos compañeros de cuarto habían salido por una semana de viaje de estudios y tenía la habitación para él solo y su ahora novia.

“Las mujeres son parecidas en ciertas cosas”, pensó.

Claro que no le contarían lo que iba a pasar a nadie, y mucho menos al hermano genio y burla del grupo, pues éste podría molestarse y dejarlo de ayudar con sus factorizaciones de Álgebra. La güerita ya no era virgen y tampoco opuso mucha resistencia al cortejo. ¿Qué más podría pedir el chico a sus 16 años? Para ser nuevo, comenzaba su carrera con mucha suerte.


jueves, 28 de marzo de 2013

Agua Mineral


(I)

Albino Nolasco se encontraba sentado en una de las mesas de un café al aire libre, vestido al estilo hipster. Luego entró Pineda, vestida con traje sastre. Tomó asiento frente a él.

— ¡Albino!

— Que hubo, Andrea.

Se saludaron de besito en la mejilla.

— Hubiera llegado antes, pero había demasiado tráfico —Dijo ella.

— Ni te preocupes, no tiene mucho rato que llegué.

Nolasco encendió un cigarro. En eso, entró una vendedora de flores.

— Flores, flores para los amores.

Ambos la ignoraron.

— Se ve que te ha ido bien. —Observó él.

— Pues me ha ido, como dicen las clases populares, “dos—tres”.

— A mí más bien me ha ido “tres que dos”.

— ¿Cómo? —Inquirió Pineda.

— Bueno… doy asesorías en una preparatoria abierta. “Textos filosóficos y similares”. ¿Y tú, en qué andas?

— Soy asesora en las oficinas del gobernador.

— Es bueno saber que no has perdido tus ansias de difundir la cultura. Siempre admiré eso de ti.

— En realidad, soy asesora administrativa, pero pagan bien.

— Oh.

— Pero es bueno saber que tú sí estás transmitiendo el conocimiento —Repuso Pineda. —Si te contara de otros compañeritos…

— ¿Por qué, qué pasó con los demás?

— Es que todavía no te he platicado de mi proyecto. Pienso escribir una especie de crónica.

En eso, entró un camarero, quien le sirvió a Albino un vaso de agua mineral.

— Refresco de cola, light… por favor.

El mesero asintió, silencioso. Luego se fue a la cocina.

— ¿Qué me decías de tu proyecto? — retomó Nolasco.

— Voy a escribir una historia sobre nuestros amigos de la universidad. Tú sabes, lo que ha pasado con cada uno de nosotros después de terminar la carrera. Por eso estoy re contactando a los compañeros. Y me he enterado de cada cosa… ¿te acuerdas de Monsalvo, el que sentíase poeta maldito?

— Ajá…

— Pues ahora resulta que vende enciclopedias de casa en casa.

Albino estuvo a punto de escupir por la nariz su soda.

— Bueno, a su manera, él también está haciendo algo por la cultura.

Entró la vendedora.

— Flores, flores para los muertos…

Y así como llegó, la florista se fue. Nolasco rompió el silencio.

— Cuando me hablaste por teléfono, pensé que era para reconsiderar…

— ¿Lo nuestro?

— Sí.

— Habíamos quedado en que eso “ya fue”. Además, ya estás casado, ¿no?

— ¿Cómo lo sabes?

— Aunque te quitaste el anillo, tienes esa zona marcada con más claridad que el resto del dedo. —Observó Pineda.

— Podría ser… ¡el anillo de graduación!

— Mejor cambiemos de tema…

En eso, entró de nuevo el mesero, con un refresco dietético de cola sobre la charola. Le sirvió a Andrea y luego se fue.

— Aún así… ¿quieres que regresemos? — inquirió Pineda.

— Ya he sido muy obvio. Y tus brillantes deducciones a lo Agatha Christie no ayudan.

— No era mi intención ofenderte.


(II)

Nuevamente, Albino se encontraba sentado en una de las mesas del café al aire libre de la vez anterior. Llegó Andrea.

— Perdona que nos hayamos podido ver hasta hoy. Ya sabes, el gobernador y sus giras nos traen de cabeza. —Pretextó ella.

— Me imaginaba algo por el estilo. Ya pedí tu refresco.

— ¿Ya?

— Light, de cola.

Pineda, asintiendo, sacó un cigarrillo; dio una bocanada y exhaló. A guisa de explicación, aclaró.

— En cuanto mi secretario me dijo que hablaste, te devolví la llamada. Es que ella tiene la manía de disque “priorizar” mis asuntos.

— Es que ya eres importante… dijo Nolasco.

— Yo creo que todos somos importantes. De una forma u otra. Eso es lo que quiero reflejar precisamente en mi proyecto…

— De eso quería hablarte. No quiero salir en tu novela.

En eso, entró el Camarero, con un vaso de agua mineral y otro de refresco de cola, light. La pareja enmudeció mientras el otro estaba presente. Luego se regresó al interior del café. Fue entonces cuando Albino se levantó y dijo en voz alta:

— Andrea, obsérvame detenidamente… ¡Observa con atención al fracasado en el que me he convertido! ¿Crees que esa es la imagen que yo quiero que mi hijo tenga de mí?

— Yo nunca dije que fuera a retratarte como un fracasado… ¡Al contrario, creo que eres de las pocas personas que se han preocupado por entrarle de todo corazón a la docencia y…

— ¡Esos son eufemismos, eufemismos enfermos!

— Lo que pasa es que a ti siempre te ha gustado ir en contra de la corriente. —Señaló Pineda.

— Y como tú ya estás socialmente adaptada, ¡me dejaste!

— ¡No, no, no otra vez! Creí que ya habíamos superado esa etapa.

Carlos explotó.

— Pues ya ves que no. ¡Yo no! ¿Y sabes cuál es la diferencia entre tú y yo? ¡Qué tú tomas refrescos de cola y yo agua mineral! —.

— Francamente, no comprendo.

— ¡Pero si es muy claro! Tú le haces juego al imperialismo yanqui, consumiendo sus productos…

— ¿Y el agua mineral que tú tomas? ¿No también forma parte del “imperialismo yanqui”? — Argumentó Pineda.

— Déjame decirte que la marca que yo pido es producida por una cooperativa del país. ¡Yo sí soy fiel a los ideales!

— Albino, no me juzgues así… a lo mejor sí estoy vendida ya al sistema… ¡pero, yo hago también lo que puedo! ¿Por qué crees que quiero, necesito, escribir mi novela? ¡Yo también tengo las mismas inquietudes que tú! En el fondo, seguimos profesando los mismos ideales, ¡pero cada quién lo hace a su manera!

— Tal vez en el fondo, lo único que me pasa es que te tengo envidia. Discúlpame.

Hubo unos instantes de incómodo silencio. Andrea rompió el silencio.

— ¿De verdad no quieres salir en mi crónica?

— No lo sé, voy a cumplir cuarenta años y no paso de perico—perro.

El abatimiento que invadía el ánimo de Nolasco era demasiado notorio.

— ¿Quieres que vayamos a otro lado? ¿A mi casa? — Dijo Pineda.

— ¿Y qué tal si mientras charlamos bebemos algo? ¿Y si ese “algo” nos emborracha? ¿Y si terminamos en la cama? ¿Y si nos terminamos haciendo amantes? ¿No tienes miedo de lo que pase?

En eso, apareció de nuevo la vendedora de flores, quien sutilmente les dejó una nota:

“Lo que tenga que pasar pasará… y por si no lo sabían, por cada producto que consumen en esta cafetería, un niño muere en las fábricas de trabajo esclavo en China… pues el dueño de este negocio trafica muñecos de peluche; el local es sólo una fachada”.

Albino y Andrea sólo se quedaron, mirándose mutuamente, pensativos.


jueves, 21 de febrero de 2013

San Sebas presenta...


INT. SEPAROS DELEGACIÓN. NOCHE.

Genaro tirado en el piso, reza en voz baja.

GENARO: Virgencita Santa… échame una mano. He cometido algunos errores, pero tú sabes que no soy malo. Yo nunca le habría hecho nada a Tavito.

Genaro se queda dormido. Una luz celestial lo ilumina de repente; entonces despierta, mira entre asombrado y temeroso a la aparición que flota frente a él. Se trata de San Sebastián.

Es un ser bello, no con exceso de músculos, pero sí de cuerpo varonil y definido. Con flechas clavadas en el cuerpo.

GENARO: ¿Quién eres?

SAN SEBASTIÁN: ¿Acaso no me reconoces, muchacho?

GENARO: Mmm...no.

SAN SEBASTIÁN: Muy mal. Me has tenido cerca de ti todo el tiempo y jamás te diste cuenta de mi presencia.

GENARO: ¿Todo el tiempo? (RECUERDA) ¡Eres el del cuadro ese en la casa de Nabor, ¿verdad?

SAN SEBASTIÁN: (AMABLE) Vaya, hasta que te diste cuenta.

GENARO: (EXTRAÑADO) Pero… yo le estaba rezando a la Virgencita… ¿por qué te me apareciste tú?

SAN SEBASTIÁN: Porque Lupita anda muy ocupada echándole una manita a San Juan Diego para que ya le salgan algunos milagros…

GENARO: Ah, que chido.

SAN SEBASTIÁN: Además, a mí me toca (CELESTIAÑ) “la protección de los gays”, porque allá arriba el Boss sabe que ustedes me necesitan. ¡Soy San Sebastián, el martir!

GENARO: (INCRÉDULO) Eres el santo patrón de los… ¿putos?

SAN SEBASTIÁN: Por Dios, muchacho… ¡no digas malas palabras, y menos con palabras que injurien al gremio! ¡Todos somos iguales ante los ojos del señor! (TR.) Aunque bueno, creo que sólo los de la Iglesia Metropolitana yanqui son los que nos toman en cuenta como ovejas del rebaño.

GENARO: Pero… ¿a poco tú me vas a ayudar a salir de ésta? Por lo que estoy viendo, ni siquiera te has podido sacar las flechas que traes ahí clavadas.

SAN SEBASTIÁN: Las traigo a propósito, Genaro… no seas pendejo; con razón estás metido en este embrollo. (SEÑALA LAS FLECHAS) Estas flechas son parte de mi look, para que no me confundan con otros santos varones.

GENARO: (DESANIMADO) Estoy perdido…

SAN SEBASTIÁN: ¿Por qué te atreves a poner en duda mis facultades de salvación?

GENARO: ¿Tú me vas a sacar de aquí?

SAN SEBASTIÁN: Haré algo mejor que eso… fíjate; sólo tengo que decir “bibidibabidibu”

Genaro sólo mira a San Sebastián con recelo.

SAN SEBASTIÁN: Estaba bromeando… A veces me gusta bromear

A Genaro no le hace gracia.

SAN SEBASTIÁN: Ya esta bien. Tú observa.

San Sebastián hace un ademán y las rejas del separo se abren mágicamente.

GENARO: No manches, ¡se van a salir todos!

SAN SEBASTIÁN: No, porque tú eres el único despierto… ¡todos los demás duermen el sueño de los justos!

Genaro mira a su alrededor, efectivamente; tanto los demás detenidos como los policías están profundamente dormidos.

GENARO: Órale, eso sí es ser chingón.

SAN SEBASTIÁN: (DÁNDOLE LA MANO) Acompáñame.

GENARO: ¿Y, a dónde vamos?

SAN SEBASTIÁN: (IMPACIENTE) Yo creo que lo importante es que primero salgas de aquí, ¿no?

GENARO: Claro.

SAN SEBASTIÁN: (CELESTIAL) Haremos un recuento de tu vida…

GENARO: (SIN GANAS) ¡No! ¿Para qué?

SAN SEBASTIÁN: Dame la mano y cierra el pico.

Genaro toma de la mano a San Sebastián.

GENARO: Estás muy frío…

SAN SEBASTIÁN: Soy un ser celestial, Genaro… no un simple mortal.

FADE OUT A BLANCOS.

125. EXT. CANCHA DE FUTBOL. DIA X.

Escena en blanco y negro.

Un grupo de niños de doce años está pateando a Genaro de diez años.

Genaro y san Sebastián lo observan desde lo alto.

NIÑO GANDALLA 1: ¿Con que te gusta mear sentado como las viejas, verdad? ¡Toma, pinche puto!

A Genaro adulto no le hace mucha gracia lo que ve.

GENARO: ¿Podríamos saltarnos esta parte?

SAN SEBASTIÁN: Si así lo deseas…

FADE OUT A BLANCOS.

FADE IN A…

126. EXT. CIELO DE LA CIUDAD DE MÉXICO. NOCHE 11.     ESCENA 139.

Genaro y San Sebastián volando por los aires. Pueden verse los distintos edificios simbólicos de la ciudad de México. Pasan por en medio de algunos puentes.

Pasan por adentro de algún túnel del periférico.

Vuelan en sentido vertical, en vuelo rasante, a todo lo largo de la torre latinoamericana.

GENARO: ¡Wau! Siempre quise ver la ciudad así, desde lo alto, como si estuviera en un helicóptero.

SAN SEBASTIÁN: (UFANO) Perdóname pero esto es mucho mejor que cualquier otro medio de transporte.

Genaro y San Sebastián realizando algunas piruetas en el aire, pasan cerca del ángel de la independencia; y siguen recto hasta llegar al lado de la diana cazadora;

Ahí se encuentra el velo de novia que se le cayera a Genaro en su huida de la policía.

GENARO: Mira lo que puedo hacer.

Genaro pasa cerca de la diana cazadora y toma el velo.

GENARO: ¿Oye, pero ahora que lo pienso, no colgué los tenis… verdad?

SAN SEBASTIÁN: No, para nada. Te encuentras en un estado de conciencia muy profundo.

GENARO: Ah, vaya… estaba empezando a preocuparme; y, pues, aunque todo esto está muy chido, necesito que me saques de algunas dudas.

SAN SEBASTIÁN: Tú dirás…

GENARO: Pues, para empezar, ¿qué va a pasar ahora conmigo? Digo, aunque ya no esté en el tambo… pues ahora tengo que ver cómo salgo adelante… ¿o me vas a conseguir chamba o algo así? ¿o de plano me vas a dar una nueva identidad para que no me reconozcan?

SAN SEBASTIÁN: Ay, Genaro… con razón me mandaron a echarte una mano; primero que nada, tienes que aprender a no ser tan “ingenuo”. Como tú dirías, te vas con la finta, y pues no mi’jo… tienes que ponerte abusado, y abrir bien los ojos…

GENARO: No, pues sí… desde ahora voy a ser una persona nueva; y ya no voy a cometer los mismos errores de antes.

SAN SEBASTIÁN: Eso me parece muy bien, muchacho… si la vida te da una nueva oportunidad de seguir adelante, no la desaproveches… (TR.) Y antes de que otra cosa suceda, tienes que prometerme una cosa.

GENARO: ¿Qué?

SAN SEBASTIÁN: Dime que no te vas a enojar por lo que te voy a confesar.

GENARO: Okey, no me voy a enojar.

SAN SEBASTIÁN: Pues… es que lamento informarte que esto no es más que una fantasía, generada a partir de tu inconsciente, para paliar el estado de extrema angustia por el que estás pasando en este momento. Ah, y también son los efectos residuales de la tacha que te tomaste…

GENARO: ¿Qué? ¡No mames, San Sebastián! ¿Cómo que todo esto es puro pinche alucine?

Algo empieza a fallar en el “mecanismo” de vuelo de Genaro.

SAN SEBASTIÁN: Como lo oyes… pero recuerda una cosa, los milagros sí ocurren, y más seguido de lo que te imaginas.

GENARO: Pero entonces, ¿yo sigo en…?

SAN SEBASTIÁN: Así es, lo siento mucho. Pero tú no pierdas la fe; aunque no me veas, ahí estaré presente. Y que la fuerza te acompañe, Genaro. La vas a necesitar…

Genaro comienza a caer vertiginosamente.

127. INT. SEPAROS DELEGACIÓN. NOCHE 11.           ESCENA 140.

Genaro despierta, como si acabara de estrellarse en el piso. Todo sigue exactamente igual, la celda, los policías, los detenidos de la celda vecina.

GENARO: Ya me cargó la chingada...

Sobre Genaro, desesperanzado. Luego se da cuenta que tiene en la mano el velo de novia.

Genaro canta, al tiempo que baila.

GENARO: ¡El velo! Tengo que mantener la esperanza, ser positivo… sí, sí… los milagros ocurren; al final todo va a terminar bien. (UN POCO COMO “ANITA LA HUERFANITA”, PERO CON DESESPERANZA) “Seguro que hay sol, mañana, vas a ver que pase lo que pase, sale el sol. Mañana, mañana, te espero, te falta un día para llegar. (SE DESHACE EN LLANTO) Seguro que hay sol, mañana, vas a ver que pase lo que pase, sale el sol. Mañana, mañana, te espero, te falta un día para llegar”.

Genaro se sienta en el suelo, encogido. Llorando, aprieta con fuerza el velo de novia contra el pecho.




 (continuará...)