sábado, 17 de noviembre de 2012

El Silencio de los Inocentes (o del problema de escribir un thriller políticamente correcto).


Al final de la década de los ochentas, uno de mis pasatiempos era deambular en las librerías de “la tienda de los tecolotes” para sentirme (al menos, imaginariamente) al tanto de las tendencias de la moda intelectual light. Desde entonces ya tenía esa obsesión por encontrar “la fórmula” que hace de una novela, un best-seller.

En aquellos años, como no tenía tanto dinero para comprar esos libros, me conformaba con leer las frases de la contratapa y las solapas. Una de las primeras publicaciones que me encontré, fue precisamente, la novela de Thomas Harris El Silencio de los Corderos.  “Suena interesante”, pensé en aquel entonces.




Poco después, recuerdo que cuando se estrenó la adaptación cinematográfica de esta novela, como El Silencio de los Inocentes (1991, dirigida por Jonathan Demme), había espectaculares en el metro y muchos spots televisivos promocionando la novela como la película del año. Nuevamente, no pude ver su estreno en el cine porque mis recursos eran bastante limitados en aquel entonces.  Tampoco sabía que parte de la imagen del póster contenía un elemento pictórico fotográfico, creación del mismísimo Salvador Dalí.



Ya después, con la democratización de las películas en VHS, fue la primera vez que tuve acceso a esta película. Luego la pude volver a ver en DVD con los comentarios  de director, ya con otra perspectiva.

Fue apenas hasta hace poco terminé de leer la novela original. Imposible imaginar ya la narración sin la presencia de Anthony Hopkins y Jodie Foster en sus respectivos papeles. Y aunque la lectura del libro es “disfrutable” y se entiende más a fondo la psicología de los personajes, hay recursos que hacen a la película mucho más impactante.



Dos de dichos recursos cinematográficos utilizados que pocos directores se atreven a utilizar, son los personajes principales (Lecter, Clarice, y Búfalo Bill) mirando (o bailando) en dirección a la cámara (es decir, directamente al espectador), logrando un profundo impacto emocional. Digo, que un par de psicópatas te miren directamente a los ojos, interpretados magistralmente por sus respectivos actores, es algo que logra infundir temor, miedo y al final, terror. Esa sensación de que entre “los maniáticos” y nosotros solo nos separa una delgada barrera de cristal, es algo que pocas películas logran sin romper con la convención de la cuarta pared.




Sin embargo, he de confesar que el último acto de la película (y especialmente el final) me parecieron mucho más espeluznantes (y por tanto, emocionantes) que los capítulos finales de la novela. Ahí es donde se nota el oficio de un buen adaptador (Theodore Tally) aunado a la efectiva concepción escénica del director.




La anécdota que más llamó mi atención, sobre todo a la hora de estar enfrascado en la lectura de la novela, fue la insistencia literaria de Mr. Harris en “ser políticamente correcto” con la comunidad LGBTTIM al intentar dejar claro que el villano a cazar de la historia  “Búfalo Bill” no es un travesti o transexual “común y corriente”, sino un ser que ha traspasado ese límite, llevándolo a un territorio de demencia y alienación mucho más allá del simple ser una “loca desatada”. Y lo logra con mucha precisión, aunque con poca sutileza.

Mientras tanto, en México…

Desde la publicación de la novela, en 1998 hasta la actualidad, México (en un proceso de triste descomposición hacia la anomia psicosocial) ha generado sus propios asesinos seriales: “El Goyo” Cárdenas, “La Mataviejitas” ‑cuyo apodo en el ring era La Dama del Silencio(!)‑, el “MataGays” y el ya infame (literariamente hablando) “Poeta Caníbal”. ¿Algún día veremos una buena y emocionante adaptación de estos “psicópatas de la vida real”? ¿Se inspiró alguno de ellos en los personajes ficticios producto de la mente de Thomas Harris?

Casi por último, la incógnita moralígena que siempre va implícita en los mensajes de los medios masivos de comunicación (en este caso, el cine): ¿qué tipo de valores o antivalores estamos insertando de “contrabando” en nuestro inconsciente colectivo al producir, promocional y ver este tipo de historias?

Yo recuerdo, cuatro películas mexicanas sobre asesinos seriales: “Asesino en Serio” (¡obvio!), "Días de Combate", “Profundo Carmesí” y “Ensayo de un Crimen”. ¿Ustedes recuerdan alguna otra?

Ah, y no se olviden de ver la parodia italiana llamada “El Silencio de los Indecentes”. 


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