viernes, 27 de agosto de 2010

¿Por qué las telenovelas sí son una obra de arte?

Dice Aristóteles, en La Poética, que la dramaturgia es el arte de la representación de un suceso, que tiene la finalidad de provocar compasión y terror por el destino final del protagonista de la historia que se está contando.

En la actualidad, mediante los medios masivos de comunicación, el objetivo se ha cumplido más allá de lo que el filósofo pudiera imaginar, pues ya no se conmueve y atemoriza a unos pocos cientos de espectadores que presenciaban la puesta en escena del Edipo Rey (que tuvo la mala fortuna de matar a su padre y desposar a su madre), sino que se masajean los corazones de millones de televidentes en todo el planeta y en el mismo instante

Es en esta era de la reproducibilidad digital, sin pérdida alguna de la calidad de la copia, que el carácter único e irrepetible de la obra estética ha dejado de ser parte de la esencia del arte mismo.

Así que bajo el criterio anterior no podemos expulsar a los melodramas televisivos de la categoría “arte”, pues su producción en serie rivaliza y supera con creces a las latas de sopa Campbell’s que pintara Andy Warhol.

Es más, un sólo capítulo de cualquier telenovela, en sus 52 minutos al aire, genera en su conjunto una respuesta emocional mucho más intensa que el total de las experiencias estéticas asociadas al conjunto de todas las pinturas de todos los artistas reconocidos como tales, a lo largo de la historia.

Se dice que la obra de arte es una apertura al ser, a la esencia de la existencia… y las telenovelas lo hacen. Cada día, frente al aparato televisor, millones de amas de casa, en compañía de sus maridos podrán dar rienda suelta a las tensiones acumuladas y no expresadas durante la jornada diurna, y entonces vivirán en carne propia la apertura a un modo de vida, a un conjunto de pasiones sin final.

El arte nos lleva a lugares que nunca habíamos conocido, y las teleseries nos llevan a adentrarnos a mundos en los que probablemente nunca pondremos un pie, simplemente, porque representan un universo maniqueo, mucho más sencillo y comprensible que el mundo cotidiano en el que estamos inmersos.


Aquí es donde entra la teoría de las simulaciones de Jean Baudrillard, pues desde su óptica, los culebrones televisivos nos llevan a un mundo más apasionado que la pasión misma, donde lo que se presenta de manera pornográfica, sin inhibiciones, son los propios sentimientos (lo que a su vez nos resguarda y preserva de las amenazas emocionales del mundo cotidiano)…

Así, mediante un haz de electrones que se estrellan en una pantalla fluorescente, somos presa de los signos emocionalmente cargados que el medio masivo nos envía; y aunque reneguemos de este tipo de programación televisiva, probablemente todos seamos cómplices de ésta, porque parafraseando a Baudrillard, “la desdicha de los otros es nuestro campo de aventuras, en el nuevo orden sentimental”.

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